RETOS GEOESTRATÉGICOS PARA ESTADOS UNIDOS EN EL PRÓXIMO CUATRENIO
El sistema internacional unipolar, resultante luego del fin de la Guerra Fría, parece llegar a su fin. No fueron los ataques del 11 de septiembre ni la aparición del terrorismo global lo que dio origen a una nueva organización de fuerzas en el sistema, sino los retos que tuvo que enfrentar Washington -provenientes de Rusia y China- así como la crisis desatada por las fisuras en las relaciones transatlánticas y, más recientemente, el COVID. La pregunta que guiará los estudios estratégicos próximos es si ¿Estados Unidos aún conserva el poder relativo suficiente para continuar perfilándose como una potencia solitaria? o por el contrario, ¿Rusia y China podrán consolidarse como líderes hegemónicos compartiendo espacio -y limitando- a Estados Unidos?
El Oso y el Dragón retan al Águila
Los retos geopolíticos que Moscú y Pekín le plantean a Washington son evidentes. En primer lugar, el calentamiento global ha permitido que la “ruta del norte” -ruta marítima que conecta a Europa con China a través del litoral ártico ruso- tenga unas condiciones de navegabilidad mayores que en el pasado. Este hecho ha sintonizado a Rusia y China en función de un proyecto estratégico común del cual depende el comercio mundial.
En segundo lugar, ya que el objetivo es empujar a Estados Unidos de regiones estratégicas, las jugadas de estos dos jugadores siguen un mismo patrón. En Europa, por ejemplo, Pekín y Moscú han aprovechado no solo la crisis de las relaciones transatlánticas, sino temas como el suminsitro de gas natural, la renovación tecnológica y las redes 5G, una política agresiva de créditos e inversiones y hasta la crisis económica europea derivada del impacto del COVID, para acercarse al viejo continente y reorganizar las relaciones bilaterales.
Lo mismo ocurre en África, donde la punta en el balance de la inversión extranjera directa la lleva China -con alrededor de 250.000 millones de dólares anuales- seguido por Rusia, quien no solo incursiona en minería de metales preciosos y tierras raras -desplegando a su temido grupo Wagner-, sino que se perfila como el dueño indiscutible del gasto militar -legal e ilegal- del continente africano.
Sin embargo, la principal presión la tiene Estados Unidos en Medio Oriente y América Latina. La creciente influencia rusa en Irak, Siria, Líbano, Yemen, Libia y Egipto, complementan su ya conocida estrategia con Irán y recientemente con Turquía, empujando a Estados Unidos de una zona donde por dos décadas no tuvo ninguna competencia importante. En América Latina, tanto la presencia rusa en Venezuela -y no menos en Brasil-, como los créditos e inversiones generalizadas de China en mineria estratégica, infraestructura de transporte (portuaria, fluvial, férrea, terrestre y aérea), comunicaciones y banca, dejan a Estados Unidos con un saldo en rojo en una región que durante casi dos siglos fue considerada su zona de influencia inmediata y natural.
Crisis en las relaciones transatlánticas y el multilateralismo
Para nadie es un secreto las distancias evidentes entre los gobiernos europeos y Washington. Nunca antes, desde la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos había reconsiderado su estatus privilegiado en el que tenía a Europa Occidental ni había intentado fracturar el diálogo político y las posturas políticas comunes como ahora. Las acusaciones contra Alemania y el Reino Unido por su “precario” aporte a la OTAN han hecho que Berlín y Londres se pregunten por los beneficios o los costos de su coordinación con Washington y en su lugar, se abra paso a la discusión sobre la conveniencia de un esquema de defensa menos colectivo y mas nacional -que conserve aún así la cooperación en algunos aspectos-. La misma ruta la sigue Francia, quien entiende que la solución al terrorismo que le ataca con frecuencia o las tensiones de migración, no las va a resolver en un diálogo fracturado con Estados Unidos.
Por el lado del multilateralismo, las cosas no son mejores. La crisis generada por el COVID ha demostrado que no es hora de regalarle la OMS a China -a pesar de sus continuos desaciertos-, puesto que la Organización seguirá siendo la máxima autoridad mundial en temas de salud global, al menos mientras siga existiendo el sistema de las Naciones Unidas. De igual forma, la dimensión económica derivada del COVID propone que se deben reestructurar los bloques económicos, en lugar de apartarse abruptamente de ellos, toda vez que dar marcha atrás con las radicales interacciones de un mundo global, sencillamente no es posible.
Así las cosas, ante los retos que enfrenta el poder de Estados Unidos, es posible afirmar que las decisiones que se tomen desde Washington en el próximo cuatrenio serán vitales para conservar o no su estatus de potecia hegemónica. Evidentemente, de sus decisiones, también depende el interés nacional de Colombia, en el sentido que es justamente en Estados Unidos donde encontramos nuestro constante aliado regional.